sábado, 18 de junio de 2011

Hasta siempre.

Creo que es la vez que más papeles he emborronado para llegar hasta aquí.
Nunca sabes cual es la mejor forma de empezar una despedida, y mucho menos, si no te gustan las despedidas.
Tras mucho pensar, no se me ha ocurrido mejor forma para  decir adiós que saltar unos años atrás y hacer repaso de lo vivido.


Año 2000, medio metro de altura, nervios a flor de piel y temblor de piernas. Esa era yo el día de la prueba de acceso a elemental.
Las palmas repetían torpes ritmos y sonaban sordas debido al sudor. La voz, la voz la tenía bien escondida en las tripas, junto con mis nervios.
Pero la cosa no fue tan mal, en unas semanas ese medio  metro de altura, ya sin nervios y con una sonrisa de oreja a oreja estaba haciendo la matrícula para su primer año de violín. Un año que fueron dos, tres y cuatro…y cinco…y una vez allí, ¿cómo dejarlo?
Debo reconocer que tuve varios momentos de flaqueza en los que creía no poder más y que esto no estaba hecho para mí.
Pero aquí me ven, once años después con título en mano y tantas cosas a la espalda.

Estos días la inspiración anda de paseo, y cada palabra que escribo sin ser tachada es todo un logro.
Ando sentada en una clase perdida de lo que llamamos ahora “Nuevo Conservatorio”….
Ni punto de comparación. El calor es horrible, y aquí no nos dan merienda y mimos como de costumbre.
Las clases están comunicadas unas con otras con tabiques sin terminar, así que a pesar de estar en el rincón más recóndito de todo el centro, escucho cada una de las notas que suenan.
Arriba, algún violín estudia dobles cuerdas mientras que los niños de al lado, entonan la escala de Mi lidio, suena a dibujos animados.
 Más lejos un clarinete y su metrónomo juegan a ver quien va más rápido, y al fondo alguien repasa un estudio de Brahms al piano.
Intuyo hasta las aspas de un ventilador, no se si será el calor o de verdad alguien ha tenido la gran idea de traerse uno.
Todo se engloba en un ir y venir de grúas y martillazos. Qué daría yo por estar en el Conservatorio de toda la vida…

Es gracioso, que justo este año que nos toca despedirnos a nosotros, no hayamos ni podido decirle adiós a las paredes que todo lo han visto.
Nos han visto llorar, reír, desafinar…Nos han visto copiar, y ni se han chivado. Han aguantado gallos, golpes y pintadas de niños sin nada mejor que hacer.
Nos han acompañado desde el primer momento, nos han visto crecer, aprender, nos han dado cobijo. Incluso se han dormido con nosotros en aburridas clases a la hora de la siesta.

No es justo que porque la Tierra esté enfadada y haya decidido ponerse en modo de centrifugado, nos lo haya arrebatado de esta forma.
Ahora la ciudad del sol ha pasado a ser la ciudad de los escombros y los puntales.
De la noche a la mañana, todo ha dado un giro de 360º, no somos los mismos.
Han sido días tristes, oscuros. Días en los que pensabas que nada iba a salir bien, en los que dejabas tu felicidad a juicio de un semáforo en la puerta de casa, eso, si tu casa aún seguía en pie.
El verde era la felicidad; el rojo, incluso negro, hacía que además de la casa, se te cayese tu propio mundo a los pies.

No miento si digo que daría un riñón por estar pisando ahora mismo el parquet de nuestro querido salón de actos, con sus butacas y su piano. Porque querría decir que nada de esto ha pasado. Que es todo mentira, que después de esta celebración con olor a despedida podría irme a casa, que ella seguiría en el mismo sitio y no habría dejado que desconsideradas grúas la tirasen al suelo de la noche a la mañana.

Una llamada de atención, supongo.
Pero no todo es malo. Me he subido aquí para hablar de todo esto, de lo bueno.
Antes les decía que estoy aquí, once años después con millones de cosa a la espalda. Hablemos de ese millón, que vale más que uno de monedas.

Hablemos de tardes de meriendas en conserjería, del trío de ases que en ella mandan. De los berrinches de Mº José porque le has hecho el sudoku que mataba su aburrimiento, de los cotilleos de Conchi, porque ¿quién no ha cotilleado alguna tarde tras el mostrador con ella? Hablemos…, hablemos de los mimos de Mamá Paqui.
Cerrad los ojos, (pero cerradlos de verdad) y paraos a pensar en todos los gusanos que habéis sentido en la tripa antes de salir al escenario, de los nervios, los temblores de manos. Pensad en los aplausos de después, en las notas falladas, en la piel de gallina que se te puso aquel día tocando porque Él había ido a verte.
Pensad en cada uno de los profesores que habéis tenido. Los buenos, los menos buenos, los malos, los mejores, los que te dejan sin palabras…Incluso los que no han sido tus profesores pero te han querido como si lo fuesen.
Creo que si hacemos repaso, nos llevaremos algo bueno hasta de aquel examen que nos jugó un mal día.
Pensad en las clases de análisis paradas por risas estrepitosas que contagian hasta a las notas, en las horas muertas en la calle, en las cenas de verano por fin de curso al lado de nuestro Narciso de hierro, en el chocolate de Navidad, en el bizcocho.
Acordaos de cada una de las tardes de estudio en las escasas cabinas y en ese librito en el que cada uno da su toque, donde quedan encerradas las horas y minutos que has estado allí. Debo decir que este libro ya, es mucho más que un libro de firmas, pues se ha convertido en una tradición llevárnoslo una persona cada fin de curso, como si de un tesoro se tratase.
No os olvidéis de los días en los que la biblioteca era un punto de encuentro más que una zona de estudio, de los programas de mil y un colores a los que acudíais corriendo para el ver el orden en el que tocabais, de los casilleros, la bodega, la terraza…
Cada rincón de nuestra ya, segunda casa.

Haced repaso de todas las personas que os lleváis, que seguro, no son pocas. Y no os olvidéis de la GRAN familia que aquí se queda.
Estoy segura que si habéis hecho todo esto como os he dicho, ahora andará un gusano por vuestras tripas, incluso puede, que alguna lagrimilla quiera salir a pasear.
Pero de eso se trata, de coger a todos estos años y encerrarlos en el cajón de la memoria, de recordar con una sonrisa de oreja a oreja, de bailar el vals de los recuerdos llorando de alegría.

No quiero ser pesada, así que no me entretengo más.
Eso sí, me despido dando las gracias a cada uno de vosotros, a todos los que hoy estáis aquí, a los que os graduáis y a los que no. A mis compañeros y a estas alturas mucho más que amigos. Porque de aquí me llevo de esos que son para toda la vida.
A los profesores por tantos años, por tanta música, por tantas cosas.
A las conserjes, a las limpiadoras. A cada una de las personas que hoy despiden una parte de su vida, pero saben que no acaba aquí. Y como no, a cada una de las siestas que les he hecho perder a mis padres para llevarme y traerme durante todos estos años.

Me he subido yo, pero esto tiene nombre de todos vosotros.
Gracias Alfonso, Lucía, Inés, Javi, Azucena, Antonios, Cristina, Ana, Joaquín, Francisco Javier, María Dolores, Noemí, Fran, Cati y Sara.





2 comentarios:

  1. El Viernes me quede sin palabras al oirte y ahora leyendolo por seguna vez seme han puesto los pelos de punta. Se nota que te ha salido de dentro, enhorabuena. Haber si quedamos un dia de este verano y organizamos una cena de esas que decimos que vamos a ir 30 y al final nos juntamos 5 o 6 xD. Muxos besos!

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  2. Qué bonito, Marta.
    ¡Enhorabuena!
    Sigue emocionándote de la vida como lo han hecho tus palabras conmigo.
    Un abracico*

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